En el siglo XVII, conocido como el Siglo de Oro Español debido a la gran cantidad de artistas y escritores importantes que coincidieron en tal época. Entre ellos se encontraba Francisco Antonio Ruiz Gijón (Utrera, 1653-Sevilla 1720), quien será uno de los protagonistas de la leyenda que aquí nos ocupa.
En primer lugar, decir que en el barrio de Triana había dos divisiones en el lugar donde hoy se encuentra la calle Pagés del Corro. Estaba por un lado la Cava de los Gitanos y por otro la Cava de los Civiles. En la Cava de los Gitanos, llamada así por hallarse allí situadas las chozas de los gitanos, vivía un hombre de esta raza, de unos treinta años de edad. Era muy famoso por su habilidad para tocar la guitarra y sus habilidades para el cante jondo, además de por sus hermosas facciones. Era conocido por el sobrenombre de El Cachorro.
¿Quién fue realmente El Cachorro?
El Cachorro era un hombre serio y cuando participaba en alguna de las fiestas gitanas, siempre se mantenía apartado del jolgorio general. Además, nadie le había conocido ninguna novia ni amante, a pesar de que muchas de las gitanas de La Cava suspiraban por él. Y había quienes por envidia o celos había llegado a afirmar que se debía a un amor secreto que mantenía con una dama de alta alcurnia de alguno de los barrios señoriales del otro lado del río. Sin embargo, si que era cierto que a veces desaparecía durante algunos días sin que nadie lograra verle, por lo que todos los gitanos que tendría que hallarse en algún lugar que no fuese frecuentado por éstos… Fue así como se difundió que mantenía un romance con una señorita de una rica familia y que la seriedad que siempre mostraba El Cachorro eran debidos a que los miembros de la familia de ella no lo aceptaban.

Con el paso del tiempo, apareció en la Cava de los Gitanos un hidalgo ricamente vestido y engalanado que preguntó por todos los rincones por un gitano al que llamaban El Cachorro. No obstante, nadie quiso traicionar a uno de los suyos y el silencio fue la única respuesta que obtubo el hidalgo, aunque pudo intuir que antes de marcharse de Triana que era ese el lugar donde habría de encontrar al gitano. Por eso, a partir de ese día se le vio merodear por el barrio como si se tratara de un cazador al acecho de su presa.
El encargo de un crucificado y la obsesión por la genialidad y la perfección.
Por otra parte, la creación de la nueva Hermandad de la Expiración llevó a la creación de unas imágenes titulares. De esta forma, tras reunirse el Cabildo de Cofrades, se acordó concertar con algún famoso e importante imaginero la realización de una escultura que representase al Señor en el mismo instante de su muerte. Y fue así como decidieron que tal creación corriera a cargo de Francisco Antonio Ruiz Gijón, considerado como el mejor imaginero de la ciudad en aquel momento.
El artista se tomó tan en serio el encargo y la gran resposabilidad que conllevaba, que quiso incluso superar a todos los grandes maestros que antes de él habían destacado en la ciudad hispalense. Deseaba llegar a aventajar las excelentes tallas que habían sido esculpidas por sus predecesores, artistas de la categoría de Martínez Montañés, Juan de Mesa o Pedro Roldán.
Dicen que en ese afán de superación realizaría cientos de bocetos y docenas de modelos de barro, sin que alguno de ellos llegara a parecerle lo suficientemente bueno. De hecho, fue tal la obsesión que abandonó absolutamente todo y se centró exclusivamente en dicho encargo, sin apenas dormir o comer, permaneciendo recluido en su taller noche y día. Como consecuencia, cayó gravemente enfermo y a pesar del consejo de los médicos y familiares, seguía en su empeño de obtener la ansiada figura del crucifijo.
Una tragedia.
Una noche se despertó de repente, y guiado por un pálpito, se incorporó con trabajo en la cama, se vistió y salió de su casa, en la Puerta Real. Se puso a caminar sin rumbo fijo, como un barco a la deriva en el mar, y sus pasos le acabaron llevando ante el puente de barcas, que era la única comunicación entre Sevilla y Triana en aquella época. A continuación lo cruzó y siguió andando, hasta llegar ante la puerta de la capilla del Patrocinio.
Estando ante el lugar donde colocarían su obra cuando estuviese terminada empezó a soñar despierto. Soñó con el éxito de su futura creación artística e imaginando la bella talla que quería labrar, de pronto, pudo alcanzar a oir unos gritos desgarradores de mujer. Poco tiempo después logró ver un jinete que cabalgaba a galope tendido, del que sólo pudo ver su lujosa capa, y dejándose guiar por la procedencia de los gritos, Francisco Antonio Ruiz Gijón dirigió sus pasos hacia el lugar del que parecían proceder para prestar su axilio a quien lo precisase.
Cuando llegó a la Cava de los Gitanos pudo ver que en el suelo se hallaba retorciéndose de dolor un hombre que a punto estaba de agonizar. Parecía que quisiese decir algo, tal vez el nombre de quien había clavado una daga de rica empuñadura en su pecho que acabaría con su vida para siempre jamás. Ese hombre era el Cachorro, el gitano a quien todos le atribuían una secreta historia de amor con una dama de buena familia, historia de un amor prohibido y no consentido que le llevaría a la muerte.
Y por fin el artista encontró la inspiración.
Cuenta la leyenda, que cuando Ruiz Gijón contempló a aquel hombre agonizando, se apoderó de él una furia artística, pasando a un segundo plano el hombre compasivo que llevaba dentro y, mientras las mujeres intentaban desesperadas socorrer al moribundo, Ruiz Gijón sacó de sus bolsillos un trozo de carboncillo y un papel. ¡¡Vio en ese rostro agonizante el mismísimo rostro de Cristo expirando en la Cruz!!
¡¡Su ansiada búsqueda había llegado a su fin!! Y fue así como a la luz de los candiles fue bosquejando el rostro de agonía del gitano, unas facciones realistas impregnadas de un sincero y verdadero sufrimiento que servirían para recrear los últimos instantes del mismísimo hijo de Dios crucificado en la cruz.
Después de aquel suceso, bastó poco tiempo para que Francisco Antonio Ruiz Gijón llevaba a madera el boceto que a carboncillo había hecho aquella noche, con el que logró que la imagen tuviera exactamente la expresión de la agonía que habría tenido realmente Jesucristo antes de exhalar su último aliento en la cruz.